La formación que trae consigo un profesional de ética y cumplimiento, bien sea hogareña o académica, deberá ser reforzada con formación empresarial.
Por: Alfonso Tenorio Toro*
En un mundo enfocado -¿o reducido?- al aspecto práctico o técnico en muchas ramas del saber, la función del hombre pensante se ha visto limitada al cálculo de réditos económicos en profesiones financieras o a filosofar sobre el sentido de la vida en profesiones más del tipo existencial.
En asuntos empresariales limitar la postura del hombre pensante a aspectos exclusivamente económicos puede marcar una considerable brecha entre lo que se persigue y lo que se obtiene. Más aún cuando el aspecto a tratar es el de la ética en la empresa.
Pensemos en esto detenidamente. Las organizaciones grandes en términos operativos y financieros pueden desarrollar funcionarios, sean estos directivos o no, con un importante punto de vista crítico hacía lo que debería ser la ética empresarial.
Esto es posible justamente por su robustez, toda vez que pueden disponer de una amplia estructura de colaboradores en todas sus áreas. Esto es loable y deseable.
Sin embargo, empresas medianas o pequeñas, también con hombres pensantes pero enfocados en el rédito económico casi exclusivamente, se verán privadas de reflexionar a nivel corporativo sobre un sistema de ética en los niveles más básicos.
Si en algún momento lograran pensar e implementar un sistema ético será más por el esfuerzo o características personales del individuo, sea éste el dueño de la empresa o algún funcionario de mayor rango y que goza de la simpatía (visión del mundo) de tal dueño. ¡Y esto sería admirable!
Decía el filósofo italiano Antonio Gramsci que “todos los hombres son intelectuales pero no todos tienen la función de intelectuales en la sociedad” y esa sentencia parece aplicar muy bien a nuestra realidad.
La importancia de la moral individual
En este artículo no se abarcarán los esperados asuntos prácticos y técnicos que muchos quisieran: técnicas de auditoría, estadística, cuadros de mando, manejo de grupos ni como gerenciar en medio del Covid-19.
Tampoco veremos cómo ajustar procesos LA/FT, etapas para implementar un programa de ética empresarial, cómo desarrollar una capacitación contra el lavado activos que no sea aburrida o cómo segmentar.
Estos son aspectos técnicos y prácticos que, aunque útiles, no hacen parte de esta disertación.
Me estoy enfocando en un asunto, que a mi juicio personal y profesional, es por mucho más importante que los puntos del párrafo anterior: la moral individual devenida en ética corporativa. Ésta marca la considerable brecha que veíamos arriba, entre lo que se persigue y lo que se obtiene.
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Basado en mi experiencia, la cual puede ser subjetiva, al trabajar para empresas directamente o visitando en mi rol de auditor a sus proveedores y clientes, a nivel empresarial las Pymes dejan este asunto de la ética a dos puntos en concreto:
- La formación moral que como individuo traiga desde su casa el candidato, sean valores religiosos, filosóficos o ambos.
- La formación que como individuo haya recibido ese candidato en el aula universitaria.
Esta formación no es para nada despreciable, ni menospreciable siquiera, de hecho puede llegar a ser la piedra angular en el giro socio-económico de un país.
No obstante, limitar la formación moral (individual) solamente a los valores hogareños o académicos del candidato puede afectar la formación ética (social), lo cual es un grave riesgo, pues a posteriori ese candidato será un funcionario con capacidad para tomar decisiones cuyo impacto trascenderá al espectro socio-económico del entorno.
Sin duda la formación que trae consigo el candidato, sea hogareña o académica, deberá ser reforzada con formación empresarial.
Refuerzo de competencias y habilidades
En la misma manera en la que un contador público se actualiza frecuentemente en temas de su dominio (NIIF, impuestos, software contable, etc.) o un administrador en temas de su dominio (pensamiento estratégico, costos, negocios internacionales, etc.), las empresas también deberían reforzar la formación en asuntos éticos.
Después de todo, no podremos perseguir réditos económicos deseados si no obtenemos funcionarios éticos.
¿Y esto implicaría mayores costos? Por supuesto que sí, igual que lo hace la erogación para sufragar una especialización, diplomado, seminario o curso en asuntos de finanzas o comercio exterior, y de las cuales el empresario, en el mediano plazo, espera ver resultados.
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Pues bien, el mismo tratamiento merecería la formación ética empresarial para sus funcionarios.
Dicho esto, ¿cuáles serían los resultados observables?, ¿cuál sería el retorno a la inversión? Mejor clima laboral, menores tiempos en detección de fraudes, menor impacto económico y reputacional por mencionar solo algunos.
Pero sospecho que, al menos en los países de nuestra región y de acuerdo con el último informe sobre corrupción trasnacional adelantado por la ONG alemana Transparencia Internacional en septiembre de 2019, el interés corporativo de no reforzar la formación ética del individuo no pasa tanto por el factor del costo/beneficio económico que pueda resultar.
De hecho, es posible que esta negativa se de por la intención de seguir operando bajo costumbres y hábitos arraigados en los cuales la forma de hacer negocios es distinta y, en apariencia, más lucrativa. La cultura de las dádivas.
La convicción y la toma de decisiones
Y aquí entro al punto que hace referencia al título de este artículo. Aunque existen leyes internacionales y locales (en Colombia la ley 1474 de 2011) para procurar la ética a nivel institucional, sea en el sector público o privado, que legislan en asuntos como lavado de activos, financiación del terrorismo y soborno transnacional, siempre será de vital importancia la formación moral individual, llevada al colectivo ético empresarial, para lograr que el espíritu de la norma sea puesto en práctica en todos los escenarios.
Si la formación moral del individuo es adecuada habremos ganado un diamante en bruto con la formación -o refuerzo- que recibirá en la organización. Estaremos muy cerca de una sólida conducta ética.
Incluso, si la formación moral del individuo es deficiente o menos adecuada, tendremos un riesgo que se puede corregir, ajustar, pulir con una adecuada formación empresarial.
Pero, si en cualquier escenario la formación empresarial simplemente no existe, ¿qué tendremos?, ¿acaso indicadores de corrupción privada y soborno público en alza?, ¿incremento del descontento público frente a la reputación de nuestra marca?, ¿afectación justificada en la disminución de las ventas y la producción, descontento laboral y migración de talentos?
A mi juicio, aunque la ética empresarial venga con fuerza de ley –y toda la amplia gama de sanciones detrás- no es suficiente, al menos en este momento de la historia, para prevenir cualquier acto ilegal dentro de las organizaciones.
Los esfuerzos institucionales son buenos, justos, necesarios. Más en una región plagada de corrupción, en todos los niveles, como la nuestra.
Sin embargo, el mayor éxito vendrá de los valores individuales de cada sujeto, fortalecidos por la formación empresarial. Ahí radica la fuerza de la convicción.
La ley está hecha para su cumplimiento, pero muchos la incumplen.
Cuántos administradores actúan en detrimento de sus administrados (o superiores) y cuántos veedores (entiéndase revisores fiscales, auditores externos e internos y por supuesto, oficiales de cumplimiento) miran para otro lado, se mantienen al margen.
Ahí es importante la fuerza de la convicción, en saber y en creer, que aunque a nivel social o empresarial se realicen ciertas conductas, contrarias a la ética, la diferencia la puede hacer una sola persona, un solo funcionario que desde su posición no siga el ‘libreto’.
De esta manera, desde lo particular a lo general, podremos inspirar una realidad mejor.
Los esfuerzos institucionales son deseables, pero permeables. La convicción individual puede llegar a inspirar como repetidamente lo ha demostrado la historia.
La convicción personal en cuanto a la conducta ética (siempre susceptible de ser perfeccionada) es una marca indisoluble e invaluable del individuo.
Quizá poco valorada en el mundo empresarial, pero lo importante no es cuántos aplausos recibe un funcionario por no defraudar, sino cuan tranquilo y orgulloso de sí mismo duerme en las noches.
*Contador público, revisor fiscal, auditor interno, auditor externo, oficial de cumplimiento.